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ToggleHacia una experiencia compartida: el arte como espacio relacional
“No es el artista quien hace el arte, es el arte quien hace al artista”. Esta afirmación de Nicolas Bourriaud, citada y cuestionada por Mónica Graciela en su cátedra de Arte Digital en la Universidad Nacional, me hace detenerme. Me provoca. Me empuja a mirar más allá del objeto, a pensar en lo que se genera alrededor de él.
¿Y si la obra ya no es para contemplar, sino para vivir? ¿Si el arte no se define por su técnica, sino por lo que convoca, por las relaciones que despierta?
En esta clave, las obras se convierten en dispositivos: permiten el intercambio, generan reflexión, habilitan el vínculo. Como las festividades, los rituales, las danzas colectivas: espacios donde la comunidad respira unida. El arte, entonces, se despliega como un llamado, una invitación a sentir(nos), a ver(nos), a pensarnos con el otro.
“La obra ya no es el objeto, sino lo que suscita a su alrededor.”
Subjetividad tejida: lo común como materia prima
Silvana Canosa trae al centro de la escena la subjetividad como materia con la que se esculpen estas obras relacionales. Pero no se trata de una subjetividad aislada, pura, individual. Siguiendo a Guattari, se entiende como una construcción: moldeada por el entorno, por las energías que nos atraviesan, por esa caverna platónica en la que las sombras son muchas veces más reales que los cuerpos.
El arte aparece aquí como una salida de la cueva. Una grieta en el muro. Una posibilidad de nombrar lo que no se ve. Nos equivocamos si creemos que lo común es ese conjunto de signos estandarizados que nos hacen sentir parte. La unidad no se construye desde la homogeneidad, sino desde la diferencia. El arte no debe acomodarnos: debe desacomodarnos.
“Nadie necesita encajar. Es la diversidad lo que nos permite vincularnos.”
Lo cotidiano mercantilizado: arte, consumo y resistencia
Victoria Ramírez, en su análisis desde la cátedra de Digitalización de Imágenes (UNAL, 2015), habla del arte como extensión de la actividad humana. Lo que se vive, se transforma. La vida cotidiana, con sus gestos más simples, puede volverse poesía. Pero también mercancía.
Esa estética de lo conocido, de lo “fácil de consumir”, a veces no incomoda ni propone: reproduce. Y al hacerlo, perpetúa estructuras que deberían estar superadas. Como el racismo, que incluso en su denuncia, si no se problematiza, puede seguir instalando imaginarios de dominación.
“Lo familiar puede ser bello, pero también cómplice del orden establecido.”
Desde la estética relacional, el arte se vuelve herramienta para pensar lo político. Para decidir qué pertenece a lo común y qué se excluye. Para reordenar el mundo.
La experiencia relacional: entre el arte y el otro
La obra, en esta perspectiva, no es simplemente algo que se observa. Es algo que se vive. La intención de crear vínculos, de suscitar participación, de invitar a la acción o a la presencia, es lo que define su carácter relacional. El espectador ya no está afuera: es parte constitutiva.
Estas obras no se explican, se experimentan. Se despliegan en un espacio-tiempo compartido, donde cada interacción modifica su sentido. Son vivas. Cambiantes. Incómodas a veces. Y por eso mismas necesarias.
El artista como arquitecto de posibilidades
En este contexto, el rol del artista se transforma. Ya no es el creador solitario, sino el convocante. El que dispone, propone, abre puertas. La obra es su lenguaje, pero también su política. Su ética.
El artista diseña experiencias, habilita encuentros, genera condiciones para que algo emerja. Es un facilitador de otras realidades posibles. Y con eso asume una responsabilidad: la de conmover, la de incomodar, la de abrir caminos.
“El artista, desde la estética relacional, es quien transforma el mundo desde lo sensible.”
Obra, vida y espectador: un mismo tejido
La vida misma puede ser arte cuando se la mira con otros ojos. Las formas de vida se convierten en obra cuando el artista las vuelve poesía. Y el espectador se reconoce en ellas. Se espeja. Se pregunta.
En este flujo constante entre lo cotidiano, lo simbólico y lo sensible, la estética relacional nos ofrece una clave para pensar(nos). Una invitación a habitar lo común no desde el consenso vacío, sino desde el vínculo significativo.
El arte, en su versión más humana, es ese espacio que nos permite volver a sentirnos parte, sin dejar de ser distintos.
Enlace interno sugerido: Lee también: “El cuerpo como territorio político en el arte contemporáneo”
Enlace externo sugerido: Nicolas Bourriaud – Estética Relacional (Wikipedia)


